10/12/2014
La
noche pasada, ante un fortísimo temporal por mi barrio, se cayó el vecino más
añoso de la cuadra. La verdad no sé bien su edad. Las primeras fotos que tengo
de mi familia en Argentina lo tienen en el paisaje.
Me
acuerdo cuando me saludaba al dar la vuelta manzana en triciclo a todo lo que
me daban las piernitas, o cuando me cruzaba a lo de Horacio y Tina con mi
abuelo a ligar unas galletitas o caramelos.
De
grande ya cuando lo circundaba para ir a la panadería tenía que agacharme para
pasar por la maraña de plantas trepadoras que lo abrazaban. Y me llamaba la
atención las distintas especies de aves, hoy desahuciadas, que se distribuían
en diferentes niveles de altura.
Mi
barrio cambió bastante, a la hora de la tarde ya no se visitan entre los
vecinos, apenas un saludo entre las empleadas domésticas que salen a baldear
las veredas por la mañana. Casi todas las personas que conocía de mi infancia
se mudaron o partieron, y me quedaba él.
Viví
los últimos años de… “poder estar jugando en la calle” y tan solo con eso
siento como un gusto amargo.
La
última vez que lo vi, fue el día anterior a su deceso, de reojo, cuando
vigilaba con extrema atención mi entrada a la cochera.
Nunca
pensé que presenciaría el día de su fin.
Y ahora
solo, como único testigo de una historia que fue muy real, me puedo preguntar, "si nadie escucho caer el árbol, ¿realmente cayó?"
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